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Viernes, 05 Agosto 2016 23:27

La llegada

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Hola a todos y a todas. Ya me encuentro en tierras peruanas. Llevo algo más de 48 horas fuera de España y todo ha sido muy emocionante. Las 12 horas de vuelo fueron ilusionantes  y provechosas. Entre las charlas, con mi compañera de asiento, coordinadora de un colegio privado, sobre la educación en Perú, sobre el actual sistema político, sobre la gastronomía del país y otros temas de interés, entre las diminutas comidas que nos servían, alguna película a medio dormir y un poco de lectura sobre la última novela de su ilustre premio nobel, Vargas Llosa, quien refleja la sociedad peruana de los últimos meses de la dictadura de Fujimori y Montesinos, hicieron de mi viaje adentrarme en el maravilloso pasado y presente de este magnífico país que tanto me queda por descubrir.  Tras el nerviosismo aduanero, un soplo de alivio sentí cuando leí mi nombre en un cartel que sostenía Samuel, entre la multitud, secretario del Vicariato Apostólico San Ramón y de Cáritas Atalaya, organizaciones responsables del proyecto de la Universidad Indígena de Nopoki.  Al salir del aeropuerto, el choque cultural fue descomunal. El cielo de Lima gris panza de burro, bautizado igual que el norte de Gran Canarias, el caos en la carretera, no os lo podéis ni imaginar, los pitidos del claxon no paraban de sonar, la venta ambulante en los semáforos, la pobreza en las calles y el anochecer anticipado, en concreto sobre las 18:00 horas, hicieron que mis ojos se abrieran al máximo a pesar del cansancio y el jet lag. Después de varias gestiones y una cena con la familia de Samuel, por cierto un hombre muy amable, servicial y atento, me dejó en la estación de autobuses para coger un bus-cama nocturno y llegar a San Ramón, pueblo de entrada a la selva, donde me alojaría durante unos días hasta que los alumnos de Nopoki volviesen de sus vacaciones. Tuvimos tiempo de conversar sobre varios temas interesantes pero me quedo con la última conversación antes de subir al bus. Para Samuel, el concepto de propiedad es cuando compartes con alguien esa pertenencia o ese bien, señal de que tú controlas lo que tienes y no al revés, sentirte esclavo o controlado por dicha pertenencia. Con esta reflexión y un curioso documental sobre los fiordos noruegos, me quedé dormido en el impresionante bus cama. Al abrir los ojos, estaba amaneciendo y nos encontrabamos en el punto más alto de Los Andes, alrededor de los 4.000 metros de altitud. Me sorprendió como subían mujeres mayores al bus durante las paradas establecidas en los pueblos de montaña para venderte panes de sierra y arroz cocido. De ahí hasta llegar a San Ramón, la estampa era impresionante, como se apreciaba el contraste de sierra, altos cerros poblados de vegetación  y el surco del río Tulumayo dando comienzo la ceja de selva peruana o selva alta. Con esa imagen y una charla con mi compañero de asiento, de origen peruano pero afincado en Madrid por su trabajo de relaciones internacionales, sobre el fin de la normalización, aunque todavía siguen apareciendo casos, del maltrato infantil y maltrato a la mujer, llegue a San Ramón, primer pueblo de entrada a la selva peruana y lugar habitual de parada. Y aquí estoy, con una habitación maravillosa con cuarto de baño incluido, en una casa del Vicariato Apostólico San Ramón, conociendo a gente muy amable, muy comprometidos con la ayuda al prójimo como la Madre Esperanza que consiguió personalmente que Fujimori creara una nueva prisión en La Merced, municipio cercano a San Ramón, para acabar con el hacinamiento de los presos, aunque actualmente sigue habiendo este problema por el aumento del número de internos. Me están tratando con mucho cariño y esperando para viajar otras 9 o 10 horas hasta llegar a Atalaya donde se encuentra la Universidad Indígena de Nopoki y donde me pondré al servicio de la dirección técnica para llevar a cabo mis funciones de cooperación al desarrollo. Me llama la atención que aquí no miden las distancias en kilómetros sino en horas por las dificultades de las carreteras. Por último, quería contaros una comparación y a su vez una reflexión interna que me contó, hace unas horas, un chico peruano de 16 años, proveniente de una familia desestructurada, que he conocido en la casa, y quien dice que su vida se asemeja a un ”huayco”, desprendimiento de montaña en idioma quechua, porque igual que se derrumba con el tiempo vuelve a su normalidad, al final todo vuelve a su ser por su propia naturaleza. Con esto me despido hasta que me instale en el lugar de destino.  

Un abrazo para todos y todas. ¡Hasta pronto!

Visto 1101 veces Modificado por última vez en Viernes, 05 Agosto 2016 23:49

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