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Voluntariado Joven 2013

Paz con Dignidad - Nicaragua

Las audiovisuales como recurso educativo para el desarrollo. Fondo documental de la Fundación Luciérnaga en Managüa

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Un poco de Historia

Hoy se celebra el 36 aniversario del asesinato de Pedro Joaquín Chamorro (periodista, escrito y político nicaragüense) uno de los más célebres opositores del régimen de Somoza. Su muerte fue la gota que colmó el vaso del pueblo nicaragüense, harto de tener que estar sometido a la tiranía de una casta que poseía gran parte del país, ya sea como propiedad privada o como fuente de ingresos para negocios familiares, que no dudaba en emplear todos los métodos para reprimir cualquier atisbo de reivindicación civil. Durante la década de los 70 persiguió duramente a la clase estudiantil pues eran los jóvenes, ya fuesen estudiantes burgueses o revolucionarios campesinos, los principales sospechosos de estar conspirando con el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) para derrocar al que Estados Unidos denominó "nuestro hijo de puta".

La reacción surgida tras la muerte de Chamorro, director de La Prensa, supuso un antes y un después en la historia reciente de Nicaragua, el principio del fin de la dictadura. La gente se echó a las calles desafiando la política del miedo impuesta por el Gobierno. A partir de entonces, liberales y conservadores se unieron junto a los sandinistas, venidos del ámbito rural, para provocar la caída de un régimen implantado durante cuatro décadas.

Hoy he conversado con un compañero de Fundación Luciérnaga que vivió aquella época. Me contó que, por echar una mano a un compañero sandinista, la guardia nacional lo encontró con literatura prohibida: extractos del diario del Che Guevara. Lo llevaron al calabozo, un reducto de 6 metros cuadrados donde se agolpaban un centenar de personas, fruto de las masivas detenciones producidas tras las revueltas de aquellos días posteriores al funeral del periodista. Revisaban las manos, brazos y piernas de los estudiantes para ver arañazos o heridas, cualquier indicio que sirviera para acusarlos de estar siendo entrenados por el Frente. Amenazaron a los detenidos con llevarlos a un paredón de fusilamientos masivos, esa misma noche. Mantuvo la cabeza fría e ideó una estratagema para salir de allí: convenció a un guardia para que fuesen a su casa y poder pagar la multa pendiente. Una vez allí, pudo escapar. Como fianza se llevaron a su hermano, pero pertenecía a un sindicato y logró salir del calabozo poco después.

No puedo imaginarme lo que tuvo que ser vivir bajo ese régimen de terror, bajo esa psicosis colectiva. En este sentido, la cosa no mejoró mucho tras la victoria de la revolución: la obligatoriedad del servicio militar, los reclutamientos masivos -incluso de menores de edad- a manos del FSLN y de la Contra, la guerra civil posterior... mermaron aún más la moral de un pueblo cansado de tanta violencia y muerte. Hace poco leí un poema de Edwin Castro Rodríguez, un revolucionario que luchó contra Somoza en los años 50. La composición la escribió en su celda. Nunca volvió a casa. El fragmento que aparece más abajo es tan hermoso, emana tal estoicismo, que recuerda la humilde grandeza del ser humano, eso que a veces llamamos dignidad.

 
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